domingo, 12 de enero de 2014

Otra de Amsterdam en coche

Aprovechando que ha venido David a Bilbao y que tenemos que llevarle cosas al piso que ha comprado allí, repetimos la operación coche y a mediados de junio de 2013 cargamos el Espace hasta las cartolas (bici de monte incluída)  y nos vamos para Amsterdam Tere David y yo. Salimos de madrugada y conducimos por turnos de dos horas los dos mientras Tere vigila atentamente desde el único asiento trasero que llevamos. El amanecer en Landas es deslumbrante y con las obras ya casi finalizadas cubrimos distancia con rapidez y comodidad. El mediodía en París nos ralentiza mucho porque la circunvalación presenta tráfico muy denso con paradas intermitentes. En adelante circulamos nuevamente con fluidez hasta Antwerpen (Amberes) donde nuevamente nos detenemos intermitente y cansinamente. Así las cosas nos retrasamos un poco respecto a las previsiones pero llegamos a Binnenkant a las 20,30 más o menos. Descargamos algunas cosas básicas y llevamos el coche cargado casi por completo a Cisco para que duerma a resguardo de miradas y manos indiscretas. David trabaja el día siguiente y nosotros descansamos un poco paseando por Amsterdam, que esta vez nos parece familiar y acogedor. El clima y la luz ayudan mucho porque la temperatura es muy agradable y la lluvia casi no hace acto de presencia. El viernes se celebra la escrituración del piso. El notario es un personaje peculiar y agradable (lo contrario que por aquí) que baja a recogernos y nos ofrece café infusiones o refrescos. La ceremonia resulta chocante: todo el protocolo de lectura se realiza íntegramente en holandés (David ha contratado una traductora al inglés) mientras que la conversación se desarrolla en inglés. En realidad a Tere y mí como que nos da casi lo mismo... En un momento dado el notario se levanta con ceremonia y entrega a David el llavero de la casa y a continuación nos estrecha la mano a los tres con un jubiloso "Congratulations". Ya en el exterior el agente inmobiliario de la parte de David le entrega una cubitera, una botella de champagne y unas copas para brindar en la nueva casa. Me encanta Holanda...
A partir de ese momento nos toca traslado de Binnenkant a Westerdock pero antes a vaciar el coche en la nueva casa. Viaje va y viaje viene nos dan las 22:00 casi sin parar. El fin de semana es durísimo porque hay que hacer compras del mobiliario que David no tiene ya encargado, y allí las tiendas de muebles se agrupan en centros comerciales mayores que Max Center así que nos metemos una pateada de espanto que se agravaa en casa con el montaje de todo ello. Pero el resultado ha merecido la pena porque ha quedado todo muy bonito y funcional.
A lo largo de los días siguientes alternamos algunas tareas con paseos, compras menores y alguna excusión en coche a rincones ya conocidos donde nos sentimos cómodos: Zaandam, Zaanse Schans... No visitamos nada nuevo más que el parque nacional Hoge Veluwe con sus animales y museos, al que llegamos por Apeldoorn, curioso pueblo con casco antiguo que recuerda un tanto a Brujas y donde aprovechamos a comer.
Descubrimos los ferrys, servicio gratuito y permanente para peatones y bicicletas, que permite atravesar  el Amstel y llevar los paseos más lejos de lo habitual. He aprovechado para salir varios días en la bici, algunos con David (me dejaba el hierro a mí) o solo y me llevaba la mtb que, aunque vieja, le da mil vueltas a la suya.
Si ya el año pasado Amsterdam sorprendía por la amabilidad de las gentes y las facilidades de tránsito para peatones y bicicletas, esta vez he disfrutado de ello a bordo de las dos ruedas. Los coches te ceden el paso y es una maravilla discurrir entre calles, canales, campos y bosques siempre planos. Las únicas cuestas son las de los puentes que salvan canales o pasos acuáticos. Tere ha dicho que el próximo viaje llevamos su bici y se anima a pasear un rato también.
La última noche nos invitó David a cenar en Marken, hermoso pueblito costero a escasos kilómetros del centro de Amsterdam. Al día siguiente prontito arrancamos destino Francia para visitar el castillo de Angers y dormir en La Rochelle. El castillo no estaba mal aunque nos decepcionó un tanto. El famoso tapiz medieval se visita casi en penumbra para preservarlo. Es enorme aunque más bien se trata de un conjunto de piezas que representan escenas de la época. Lo más destacable la vista de la ciudad desde las altas murallas.
La Rochelle en cambio nos sorprendió gratamente por la belleza de su zona portuaria y el ambiente estival (nos recordaba mucho a la Costa del Sol) con restaurantes, artistas callejeros y tenderetes por doquier. Cenamos marisco con champán por un precio muy asequible. Al día siguiente visitamos las tiendas y compramos algún recuerdo. Y pasamos a la Isla de Ré, verdadero paraíso del kytesurf de las ostrerías, de los paseos en bicicleta y del turismo tranquilo. Sorprendente y muy hermosa isla cuyo faro en la punta norte me dí el gustazo de visitar (cientos de escalones a pie; poco recomendable subir deprisa...).
A mediodía emprendimos regreso y salvo la caravana al atravesar Bayona sin ningún incidente reseñable.
Es posible que repitamos este año 2014 de nuevo....